Cuando inauguró el Paseo del Buen Pastor, mi madre me contaba que le daba cierta sensación escalofriante caminar por el lugar. Sobre todo, al pisar los mosaicos, la mayoría de ellos originales de la cárcel. Recordaba la época en la que estudiaba en la Universidad Nacional y tenía que pasar por la vereda que da a la Av Hipólito Irigoyen y escuchaba que las presas le hablaban por las rejas de las ventanas. A veces se escuchaba murmullos, otras veces llantos y gritos. Era
plena dictadura militar .
¿Qué pasa con las asociaciones subjetivas, los recuerdos, las vivencias que quedan en un espacio y en las personas que experimentaron ese espacio?
Este lugar, con más de 100 años de historia, está plagado de contrastes. En 1888 un convento de monjas dirigía aquí mismo un orfanato. Posteriormente también y junto al orfanato, una cárcel para mujeres. Durante la última dictadura militar trajeron aquí a presas políticas, algunas blanqueadas, otras no. En 1975 un grupo de presas políticas se fugaron de la cárcel. Nueve de ellas están desaparecidas. Aquí también nacieron niños que aún no fueron encontrados. En 1992 el diputado Medina Allende vendió en forma clandestina la cárcel del Buen Pastor a un alemán para que construyera un casino. Acabó 8 años preso. Hoy en día, pocos vestigios quedaron de todo aquello…
La frase “no hay sujeto sin memoria”, que aparece como un paradigma inapelable habitado por
los múltiples sentidos, propone el ejercicio constante de reflexión acerca de cómo se conforma
nuestra identidad histórica.
Junto a una historia escrita, se encuentra una historia viva que se perpetua o se renueva a
través del tiempo y es allí donde la memoria rescata del pasado esta realidad habitada por múltiples sentidos.
El recuerdo, suele recrear el dolor y la angustia frente al pasado que no podemos modificar.
La elaboración del recuerdo, su resignificación, lo que llamamos memoria, es la que actúa
como antítesis del olvido, la que opera como imperativo frente a los actos conscientes y obliga a una toma de partido sobre los hechos pasados, en función del presente. Ella parte de una
premisa individual y colectiva “el que olvida repite”. La memoria crece sobre las huellas imborrables de lo vivido.
¿Cómo se compromete cada generación con su tiempo? ¿Es ingenua la transformación de los espacios públicos? ¿Qué mirada se ofrece sobre la historia?
¿Acaso es suficiente evocar una ausencia para volverla del todo presente?